miércoles, 12 de septiembre de 2012

instilando la palabra- UN CUENTO DE LUCAS LUCATERO


HOMENAJE                                           A él, al mejor de los Jorges.

Cuévano es matriz, útero, abismo donde se deposita la semilla del placer –y del saber- lugar de encuentro y eclosión sitio perfecto para inseminar la vida e invocar el espíritu, lugar de leyenda, la famosa capital de nuestro universo y en definitiva, sitio perfecto para el amor. Aquí se viene a ganar o perder intelecto, se gana por amistad, se pierde por enemistad, pero todos felices.

Cuévano, recinto de cosas secretas, hórridas figuras hoy de belleza revestidas, hoy, la violencia y el amor duermen juntos, salen al encuentro de la noche oyendo los rumores de niños que gritan, ansiosos por nacer, bajo el influjo de esta magia, poseídos, por este espíritu. El festival es germen de pasión, avalancha de notas de páginas leídas, imágenes expuestas por la más grande de la soberbia humana, la decantación y el gusto por el arte.

Somos legión, presumirán más tarde (los futuros dueños de la vida), regidores y comisarios de cultura, todos, bien paridos y mejor nacidos y de cuya ascendiente brotará la mayor luz, porque su gestación tuvo lugar en un recinto sagrado, entre los acorde de un cuarteto de cuerdas y un cello, la sonora vibración de miles de gargantas que cantan a coro o recitan coplas en honor de los dueños de la noche, de los eternos vigilantes del sueño. Prendida la piel con alfileres, retenida la respiración y suspenso el aliento. Esta música –me sabe a gloria—y la lectura de la sagrada escritura del eterno señor nuestro, de presencia nítida, de melancólica figura, de sosegada apariencia reflejada en los miles de rostros que lo multiplican cada vez que lo sueñan, lo mismo dibujado en un verso, que grabado en un tapiz.

En aquel escenario la encontré, iba, como todas, caminando desnuda, no de ropa, sino de alma, la cabeza levantada, me hizo fijarme en el orgullo que debe sentir toda mujer que se sabe dueña de un destino, y fecundadora del amor. Antes de que se inventaran los cantos fúnebres o se patentaran las letanías que alaban la miseria, esta niña –no tendría más de catorce años- de celebrar cada octubre una de las mayores fiestas alusiva al amor fraternal y capaz de hacernos olvidar el peor de los agobios. Terminó por enamorarme, al descubrir ante miles de congregantes, el profundo sentido de locura y soledad que guarda y encierra en sus relatos, nuestro insigne autor.
Ya juntos, hallar la mejor de las dichas, encontrar el verdadero sentido de la celebración –quedarse quietos—pasar desapercibidos para gozarse en los placeres de la divina contemplación. Todos en busca del amor, y el arte, excitados, jadeantes, fugitivos, y perversos, encantadoramente adorables, confusamente fatigados, ciegos cargadores de la erudición de un labriego, todos, a ciegas,  buscando aparejarse, en plena remisión de los sentidos, en la máxima presencia del dolor o la virtud (ciegos a secas) murmuradores, perjuros, hipócritas y diletantes  jóvenes, muchos jóvenes que terminarán inmolándose.  Eso que vi es apenas una vaga figura del exceso, porque la mejor dicha es pasajera y el mejor olvido es el que se teje durante el día y se desteje no antes de las dos de la madrugada –con un poco de asco—y mucha sed. ¡Arriba todos! Que la vida es corta, ¡arriba! Porque el ingenio de nuestro profeta no descansa. Al alba, se levanta y pasea por las plazas, temprano, canta desde los balcones de hierro forjado y habitaciones que se cansaron de esperar a un buen inquilino, y el loco incienso se fatigó admirando la penumbra humeante, y los viajeros nocturnos se durmieron abrazados, tumbados en la hierba de cualquier parque público, casi al amanecer, el frío los sacudió, intrigado de tanto poder, ¡qué bonito vómito! ¡Qué suave lepra! Esta, la del alma, aquel día regresaron los mitos, surgió un nuevo sol y a todos nos encontró durmiendo y despertando, porque la vida, esta vida, a pesar de lo que se diga, es corta, apenas un destello, patíbulo, coloquio espiritual que se renueva y encarna a cada paso, un encuentro sin discurso…

…hemos venido aquí, con el propósito de buscar la sensibilidad por el arte. Todos los presentes amamos la cultura (aplausos) Cada noche la grieta crece, la sensibilidad se expande y nosotros nos abismamos en el misticismo de un encuentro en torno al mayor de los misterios: el del vino y la palabra, aderezado con la música más selecta…
…Asistimos al encuentro de la pasión de un hombre que no despreció el sufrimiento (aplausos). Gocemos el encuentro, celebremos la fiesta del espíritu de nuestro señor, vivamos su presencia y pongamos de manifiesto su pensar, sean todos bienvenidos. Nunca olvidaré aquellos momentos, me sentía fuera de mí, como arrebatado, y sacado de este mundo, un indescriptible deleite me invadía, en él, cada uno de los sentidos se había preparado, aguzándose. Existen nociones que, sin duda se me escapan, cosas que quisiera describir, emociones, sensaciones, pensamientos, para dar una mayor intensidad a lo dicho.

Cuévano, aquí nace, crece y se reproduce la fascinación por el equilibrio y la forma geométrica, geometría como ciencia del  conocimiento del ser… la geometría que conducirá al alma hacia la verdad (libro séptimo). Aprendimos a coexistir en la salud y la enfermedad, en la pobreza y riqueza del alma (o la vida en un país, síntesis de uno de los más grandes misterios del universo).

Octava Estación.  ¿Qué más pude hacer por ti? Crecimiento y forma –proporción—cada tricotomía es un asunto de fe, aquí, las formas geométricas aluden a la eternidad, a la figura arquetípica, aquí nos conocimos, y nos hablamos, había pensado en regalarte (ya resuelta) la teoría de la mentira. Había imaginado –pobre de mí—que envejeceríamos juntos, viendo jugar a nuestros nietos, sin otro soporte que un rectángulo con líneas horizontales que marcaran los límites, sin pensar jamás en justificarme, sin sentirme agredido o molesto.

Novena estación, a estas alturas la desnudez tiene otro sentido, un significado distinto, nos une el tiempo, la ausencia, la acumulación de juventud. Cada noche te sueño, sin amigos, sin pasado, sin teorías. Antes de conocerte aprendí a mentir, luego, lo usé, lo hice parte esencial de mi personalidad, nunca superé el nivel de principiante.

Décima estación. Nací ciego, los clavos magnificaron mi dolor, pero me dieron nueva luz (veo con los pies o con las manos veo con la piel-soy todo ojos. Estoy muy cerca del secreto de la germinación, de sentir en lo más profundo de mi ser, la metamorfosis de las plantas, ser ciego y ser amado, ese es mi ideal.

Undécima Estación. Hoy amanecí anguila, no tengo necesidad de competencia discursiva, o saber manejar el uso de alegorías. Mientras él muere, yo ayudo en el nacimiento de mi primogénito, él será como un mago, conocerá el color, nacerá con los ojos inundados de luz, será dueño de todos los misterios, se cargará de una poderosa intuición, será un maestro en la producción e interpretación de signos, un gran amante de códigos, nuevos y antiguos, él tendrá posesión del abismo de la semilla y pasión por los arquetipos.

Duodécima Estación. ¿Quién inventó la belleza? El descendimiento como figura estética. Este pueblo creció al amparo de un capricho de la naturaleza fue ella quien lo hizo y quien le dio la forma y proporción que ahora a todos maravilla, en este escenario natural el espíritu viaja libre, cada línea es una manifestación exacta de la proporción –el color es un verbo—un lugar de fusión para cuerpo y alma. El año, no lo recuerdo, pudo ser cualquiera, o pudo no ser ninguno, exactamente, me da igual.

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