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Claudia Masin añadió
una nueva foto: "Del extraordinario libro de Emmanuel
Carrere, De vidas ajenas (los que no lo hayan leído, lean este
libro!): "Está de nuevo tendido cerca de ella, pero más
cómodamente, casi como si estuvieran en la cama conyugal. Ella
respiraba sin tropiezos, parecía no sufrir. Navegaba en un estado
crepuscular que en un momento dado iba a convertirse en la
muerte, y él la acompañó hasta aquel momento. Se puso a hablarle
al oído, muy bajo, y mientras hablaba le tocaba suavemente la
mano, la cara, el pecho, a intervalos la besaba con un roce de
los labios. Aun sabiendo que su cerebro ya no estaba en
condiciones de analizar las vibraciones de su voz ni el contacto
de su piel, era seguro que su carne los percibía todavía, que
ella entraba en lo desconocido sintiéndose rodeada por algo
familiar y amoroso. Él estaba allí. Le contó la vida que habían
vivido juntos y la felicidad que ella le había dado. Le dijo
cuánto le había gustado reírse con ella, hablar de todo y de
cualquier cosa con ella, y hasta pelearse con ella. Le prometió
que seguiría adelante sin flaquear, que se ocuparía bien de las
niñas, que no debía preocuparse. No olvidaría ponerles las
bufandas para que no se resfriasen. Le cantó canciones que a ella
le gustaban, le describió el instante de la muerte como un gran
fogonazo, una ola de paz de la que no se tiene idea, un retorno
bienaventurado a la energía común. Un día él también la conocería
y los dos volverían a reunirse. Estas palabras le salían sin
dificultad, las enunciaba en voz muy baja, muy serena, le
envolvían a él mismo. Es la vida la que duele al resistirte, pero
el tormento de estar vivo concluía. La enfermera le había dicho:
las personas que luchan mueren más deprisa. Si aquello duraba
tanto tiempo, pensaba él, era porque Juliette había dejado de
luchar, que lo que quedaba de vivo en ella estaba tranquilo, abandonado.
No luches más, mi amor, suelta, suelta, déjate ir. Hacia
medianoche, sin embargo, se dijo que no era posible, no era
posible que al día siguiente continuara en este estado. A las
cuatro de la mañana, decidió, desconectaría el respirador. Pero a
la una ya no aguantaba la espera, pensó que era Juliette quien le
comunicaba esta impaciencia y fue a ver a la enfermera de guardia
para preguntarle si no podría desconectarlo ella porque creía que
había llegado el momento. Ella dijo que no, podría ser brutal,
más valía que las cosas siguieran su ritmo. Más tarde, Patrice se
durmió. Un helicóptero le despertó un poco antes de las tres.
Permaneció suspendido mucho tiempo encima del hospital. A
continuación, fijó la mirada en el despertador. A las cuatro menos
cuarto, la respiración de Juliette, que ya no era más que un
hilo, se detuvo. Él se quedó un momento al acecho pero ya no
había nada, el corazón ya no le latía. Se dijo que ella había
adivinado lo que él pensaba hacer a las cuatro y se lo había
ahorrado.""
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Del extraordinario libro de
Emmanuel Carrere, De vidas ajenas (los que no lo hayan leído,
lean este libro!): "Está de nuevo tendido cerca de ella,
pero más cómodamente, casi como si estuvieran en la cama
conyugal. Ella respiraba sin tropiezos, parecía no sufrir.
Navegaba en un estado crepuscular que en un momento dado iba a
convertirse en la muerte, y él la acompañó hasta aquel momento.
Se puso a hablarle al oído, muy bajo, y mientras hablaba le
tocaba suavemente la mano, la cara, el pecho, a intervalos la besaba
con un roce de los labios. Aun sabiendo que su cerebro ya no
estaba en condiciones de analizar las vibraciones de su voz ni
el contacto de su piel, era seguro que su carne los percibía
todavía, que ella entraba en lo desconocido sintiéndose rodeada
por algo familiar y amoroso. Él estaba allí. Le contó la vida
que habían vivido juntos y la felicidad que ella le había dado.
Le dijo cuánto le había gustado reírse con ella, hablar de todo
y de cualquier cosa con ella, y hasta pelearse con ella. Le
prometió que seguiría adelante sin flaquear, que se ocuparía
bien de las niñas, que no debía preocuparse. No olvidaría
ponerles las bufandas para que no se resfriasen. Le cantó
canciones que a ella le gustaban, le describió el instante de
la muerte como un gran fogonazo, una ola de paz de la que no se
tiene idea, un retorno bienaventurado a la energía común. Un
día él también la conocería y los dos volverían a reunirse.
Estas palabras le salían sin dificultad, las enunciaba en voz
muy baja, muy serena, le envolvían a él mismo. Es la vida la
que duele al resistirte, pero el tormento de estar vivo
concluía. La enfermera le había dicho: las personas que luchan
mueren más deprisa. Si aquello duraba tanto tiempo, pensaba él,
era porque Juliette había dejado de luchar, que lo que quedaba
de vivo en ella estaba tranquilo, abandonado. No luches más, mi
amor, suelta, suelta, déjate ir.
Hacia medianoche, sin embargo, se dijo que no era posible, no
era posible que al día siguiente continuara en este estado. A
las cuatro de la mañana, decidió, desconectaría el respirador.
Pero a la una ya no aguantaba la espera, pensó que era Juliette
quien le comunicaba esta impaciencia y fue a ver a la enfermera
de guardia para preguntarle si no podría desconectarlo ella
porque creía que había llegado el momento. Ella dijo que no,
podría ser brutal, más valía que las cosas siguieran su ritmo.
Más tarde, Patrice se durmió. Un helicóptero le despertó un
poco antes de las tres. Permaneció suspendido mucho tiempo
encima del hospital. A continuación, fijó la mirada en el
despertador. A las cuatro menos cuarto, la respiración de
Juliette, que ya no era más que un hilo, se detuvo. Él se quedó
un momento al acecho pero ya no había nada, el corazón ya no le
latía. Se dijo que ella había adivinado lo que él pensaba hacer
a las cuatro y se lo había ahorrado."
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