sábado, 26 de mayo de 2012

Lucas Lucatero



Autor de una obra sumamente extensa y diversa, Carlos Fuentes ha abarcado desde el realismo crítico de libros como La muerte de Artemio Cruz (1962) o Los años con Laura Díaz(1999) hasta el cuento y la novela fantástica, como en Los días enmascarados (1954) o Instinto de Inez (2001). En varios libros ha intentado unir esas dos tendencias narrativas, aparentemente tan opuestas, siendo el mejor logrado de esos libros Constancia y otras novelas para vírgenes (1990), un conjunto de cinco novelas breves que Alfaguara acaba de reeditar como parte de su Biblioteca Carlos Fuentes.

Las cinco historias tienen como elemento central algún suceso sobrenatural y parecen estar ordenadas según el grado de integración entre este elemento y la reflexión sobre el contexto social en que se desarrollan. Constancia, la primera de estas novelas, es un relato que parece sacado de un libro de E. A. Poe: el norteamericano Whitby Hull se ha casado con una misteriosa mujer española, Constancia, la que opta por vivir encerrada en su casa y teniendo como único contacto humano a su esposo. Un día Constancia desaparece misteriosamente y Hull descubre que estuvo casado con un espíritu, pues su esposa había muerto en España muchos años antes.  Las páginas finales del relato tratan de explicar estos sucesos: Constancia fue una de las muchas personas perseguidas por razones políticas durante la guerra civil española. Intentó emigrar a América, pero sólo lo logró después de muerta.

No es esa fórmula de relato de horror con coda historicista la mejor manera de unir lo fantástico con el realismo crítico, por eso Fuentes opta por una mayor integración en las dos siguientes novelas del libro, La desdichada y El prisionero de Lomas. La primera es la historia de dos jóvenes aspirantes a escritores que comparten su vivienda con un maniquí de mujer al que llaman “La desdichada”. El irreal triángulo amoroso que se origina (con escenas de celos incluidas) es también el telón de fondo sobre el que el autor hace una nueva versión del retrato del escritor adolescente. En El prisionero de Lomas se retoma el argumento del famoso cuento “Casa tomada” de Julio Cortázar (con quien Fuentes sostuvo una estrecha amistad), sólo que esta vez los invasores de la casa aristocrática están bien identificados: mexicanos humildes que llevan consigo toda su alegría, comidas típicas y fiestas tradicionales.

Mucho más personales y ambiciosas resultan las últimas dos novelas. Viva mi fama es una extraña fantasía basada en la vida y obra del pintor Francisco de Goya (1746-1828). Goya es aquí un fantasma sin  cabeza que dialoga con los toreros y personajes que figuran en su serie de grabados La tauromaquia; serie que el pintor, ya completamente sordo y casi ciego, realizara justo antes de morir. Milagros, la  novela final, es una vuelta al tema del sincretismo cultural mexicano (un verdadero leit motiv dentro de la narrativa de Fuentes) a través de la historia de una aparición de la Virgen y el Niño Jesús en la ciudad de México de nuestros días. Irónica e irreverente, la narración no sólo parodia algunos de los mitos religiosos más importantes de ese país (el de la Virgen de Guadalupe, entre otros), sino que se permite jugar con sus connotaciones más veladas y escandalosas.

En su ensayo La nueva novela hispanoamericana (1969) Fuentes afirmó que los tres elementos centrales en la renovación literaria que por entonces impulsaba (junto a Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, y los otros autores del “boom”) eran el lenguaje, la actitud crítica y la presencia del mito. En Constancia y otras novelas para vírgenes esa propuesta se ratifica, pues sólo cuando equilibra y armoniza esos tres elementos, Fuentes consigue crear relatos que trascienden las fronteras entre la narrativa realista y la fantástica.






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